La tierra dorada by Barbara Wood

La tierra dorada by Barbara Wood

autor:Barbara Wood [Wood, Barbara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-12-20T05:00:00+00:00


22

Neal Scott despertó en una noche de terror.

El canto de unas voces lo había arrancado de un vacío negro. A medida que volvía en sí las voces ganaron fuerza, hasta que finalmente todos sus sentidos despabilaron. Percibía un olor penetrante en el aire, familiar y a la vez indefinible. Y tenía calor, mucho calor, pero era un calor húmedo, como si estuviera envuelto en vapor. Notaba un gusto repugnante en la boca y le dolía la cabeza. El canto se intensificó, y por fin fue capaz de abrir los ojos y ver de dónde venía.

El pánico se apoderó de él.

Unos diablos negros, con el cuerpo desnudo pintado con rayas blancas, danzaban como dementes alrededor de una gran hoguera mientras otros, sentados en círculo, golpeaban palos entre sí a un ritmo frenético.

Neal advirtió, espantado, que también él estaba desnudo. Y atado. La espalda le picaba. Yacía sobre algo extraño, hecho con palos, y notaba el cuerpo caliente y húmedo.

Entonces se dio cuenta de que estaba tumbado sobre una parrilla.

«¡Dios mío, van a comerme!».

Intentó romper las ligaduras pero estaba demasiado débil. Solo era capaz de permanecer tumbado como una bestia expiatoria y ver cómo sus captores realizaban una danza salvaje mientras él, Neal Scott, procedente de Boston, se cocía lentamente…

Se sumergió de nuevo en un piadoso vacío y la oscuridad lo engulló. A continuación, notó un dolor en los ojos. Un dolor agudo, como si le clavaran cuchillos. ¡Y qué seca tenía la boca! El canto había cesado. ¿Era ese el momento en que empezarían a trincharlo? ¿No iban a esperar a que estuviera muerto?

«¡Un momento! ¡Si sigo vivo!».

Abrió los ojos y el sol lo deslumbró. Entornó los párpados hasta que los ojos se acostumbraron a la luz y el dolor agudo desapareció. Parpadeó a una cara que lo miraba desde arriba.

—¿Cómo está, señor?

Neal frunció el entrecejo, desconcertado. Ya no estaba tumbado sobre la parrilla, sino en el suelo, bajo un cobertizo de ramas. Y bajo su piel desnuda notó un suave pelaje. Contempló el rostro. Sonreía.

—Jallara —dijo, dándose golpecitos en el pecho—. Yo, Jallara. ¿Cómo está, señor?

Neal solo era capaz de mirarla. Jallara era la muchacha más exótica que había visto en su vida. Aunque sin duda aborigen, sus peculiares facciones hablaban de una mezcla en su ascendencia. En América Neal había conocido a gente que era mitad africana mitad blanca, y mitad india mitad blanca, pero esta muchacha no era ni una cosa ni otra. Parecía alta, de piernas largas. Tenía una cara redonda, con hoyuelos en las mejillas, cejas negras y espesas sobre unos grandes ojos negros, una nariz suave y una boca sensual. No era exactamente bella, pero sí intrigante. Tenía la piel morena y un pelo negro largo y sedoso. Vestía una indumentaria extraña, observó Neal: una falda de paja que le llegaba hasta las rodillas y un corpiño que no lograba reconocer. ¿Una blusa hecha con fibras procedentes de una planta blanca? Neal enfocó la mirada y de repente se dio cuenta de que no era



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